viernes, 12 de octubre de 2012

El enredo de la bolsa y la vida

Dicen los que me conocen que soy de risa fácil, que tengo la curiosa habilidad de encontrar desternillante la situación más absurda. Sin embargo, o tal vez por eso, la comedia no es lo mío. Lo que se supone provoca hilaridad en el común de la especie, me suele dejar con cara de cefalópodo-en-residencia-para-coches. Pero, de repente, un puercoespín rosa cruza una pantalla gritando despavorido y casi acabo en urgencias de tanto reírme (-toma referencia para connoisseurs!-). De ahí probablemente que sean sólo cuatro las veces en las que me he reído a carcajadas con un libro. Tiene más mérito si añado que este librero, ocupante habitual de los transportes públicos, ha estado a punto en esas cuatro ocasiones de ser entregado a los pretorianos por los viajeros adyacentes, horrorizados ante semejante despliegue de emociones. Sí señores, con los libros también se ríe uno (les habría dicho yo si les hubiera visto a través de las lágrimas...).

Sin orden cronólogico ni concierto alguno de géneros, vaya aquí un homenaje a esas cuatro perlas. Empecemos por un clásico de la ciencia ficción, La guía del autoestopista galáctico de Douglas Adams, donde uno aprende que lo indispensable para emprender viajes interestelares es llevar una toalla y que el sentido del universo es 42. Ni me he molestado en ver la película, imposible compararse. Sigamos con una novela histórica, de las históricas de verdad quiero decir, La sombra del águila de Arturo Pérez Reverte, donde los franceses son gabachos, Napoleón un enano cabezón y los españoles hacen las cosas como siempre, por casualidad. Por supuesto la fantasía tiene también aquí su lugar de la mano del maestro Tim Powers y su novela On Stranger Tides -sí, la historia destrozada por la siempre más infame saga Piratas del Caribe, también conocida como "hola, soy Jack Sparrow, ¿para qué queréis más?"-, que merece mención especial por el hecho de que consiguió hacerme estallar de risa sin previo aviso y en medio de una escena dramática -que me perdonen el señor al que se le volcó encima la Coca Cola, la señora que casi se saca un ojo con el eyeliner y todos los damnificados del vagón a los que se les cayeron sus iphones, ipads, e-readers y televisores de plasma-. Por último, y por razones obvias, gracias al señor Eduardo Mendoza por habernos dejado Sin noticias de Gurb. Sí, un extraterrestre disfrazado de conde-duque de Olivares para pasar desapercibido, obsesionado con comer churros y que sube a pedirle a la vecina un poquito de sal... y un quilo de langostinos para el arroz del domingo, me hace gracia. Que me denuncien.

Así que cuando llegó este año el ya mencionado 23 de abril y elegía el libro que regalaría me dirigí, contranatura, al estante de los que se iban a vender más -¿habrá aberración peor que saberlo de antemano?¿cómo si un libro fuera ese cansino osito que empezó como joya y ahora sale hasta en la sopa?-. Y así cayó en mis manos El enredo de la bolsa y la vida que confiaba fuera como regalar risa envasada a alguien a quien le iban a ir bien unas risas. Cuando el libro ha regresado, aunque haya sido de paso, a esta tienda, la decepción ha sido notable. No digo yo que no se ría uno, sí, la trama es tan delirante que o te ríes o lo dejas. Los personajes son tan caricaturescos que uno ni se escandaliza, cosas de la sátira claro. La crítica social, que la tiene, es oportuna, sobre todo con la que está cayendo. Y no voy a pedirle cuentas porque como novela negra sea más bien flojilla, porque no se trataba de eso, imagino. Pero la sensación general que me queda es como cuando ves, escuchas o lees algo que se supone que te tiene que hacer gracia y tú, voluntarioso, estás ya poniendo a funcionar la musculatura carrillera, levantando las cejas y diciéndote "ahora, ahora viene la carcajada", y va, y no viene. Y como has empezado con ganas repites el gesto hasta la agujeta facial pero nada, no hay manera. El insomnio de la risa te ha atrapado y la cosa parece que no avanza, das vueltas y más vueltas por la historia, paras, te levantas, vuelves, y los ojos como platos. Pero no de reirte. Aunque desde luego, su mérito tiene el hacer broma con esto tan traído y llevado de la crisis o poner de secundaria a Angela Merkel y conseguir que hasta caiga bien la mujer. Lo malo del asunto es que la historia tiene mucho de sátira pero muy poco de novela y si su punto fuerte es, supuestamente, el desternille general, pero no pasa de la sonrisa semicómplice, el barco hace aguas por todas partes.
 
Será que levantar el ánimo no es cosa fácil en los tiempos que corren. O será que los políticos nos proveen a diario con un humor satírico -y cínico- de tal empaque, que los pobres escritores ya no pueden competir. Me río yo...

Próximamente en este blog: El Alquimista, de Paulo Coelho

Pasen y lean...

viernes, 5 de octubre de 2012

Los lenguajes de Pao

Cuenta la leyenda que cuando un elefante se siente morir emprende un largo y solitario camino que muchos de los suyos emprendieron antes que él. Un camino hacia ese lugar, mítico y secreto, en el que esperará el último aliento en compañía de los espíritus de aquellos que ya iniciaron su último viaje. El cementerio de elefantes se llena así de memorias y esqueletos a la vez que el marfil descansa, al fin, entre sombras de otro tiempo.
¿Adónde van los viejos libros cuando ya nadie los lee? Las historias se reeditan, las ediciones se embellecen y democratizan y los ejemplares de hojas amarillentas y portadas obsoletas, viejos pero aún no antiguos, se llenan de polvo en montones indistintos sin esperanzas de ser rescatados. Las librerías de viejo, cementerios de elefantes, esconden carcasas y marfiles.
En una calle de París se venden libros a peso. Demasiado cruel, me los llevaría a todos a casa. O todos o ninguno, me digo. Lejos de allí, paseando por Castellón, Vlaisnut se acerca a un puesto en el que se revenden aquellos que pasaron antes por otras manos y adopta Los lenguajes de Pao. Y así es cómo, tras haber visto mil veces el nombre de Jack Vance en ilustraciones relucientes de los escaparates fantásticos de mi ciudad -que no es ni París ni Castellón- llega este huérfano a la tienda de Koreander.

Y muy bienvenido sea, porque éste es uno de esos libros que demuestran que los que consideran la ciencia ficción -salvedad, la BUENA ciencia ficción- como literatura "de género", se equivocan. Las buenas novelas de ciencia ficción no son un refugio excéntrico para inadaptados (y léase lo mismo para las buenas novelas de fantasía). No son una irrealidad a la que escapar agarrados al tablón de los estereotipos cómodos. Son, "simplemente", escenarios creativos que conectan con el lado más incontrolado e incontrolable de nuestra imaginación para enfrentarnos con verdades eternas, deseos ocultos, posibilidades imposibles y reflexiones molestas por igual. Nos permiten aventurarnos en el terreno de lo futurible para analizar desde allí el presente y decidir si uno, otro o ninguno de los anteriores nos gusta.
Los lenguajes de Pao aborda una cuestión compleja haciendo un ejercicio difícil. ¿Hasta qué punto un idioma es resultado de una cultura? ¿Hasta qué punto la cultura es consecuencia de ese idioma? Aunque la mayoría de gente no diga lo que piensa y muchos más no piensen lo que digan, ¿es ese pensamiento libre o nuestra lengua nativa -que ninguno elegimos- condiciona lo que somos capaces de pensar? Todos compartimos el lenguaje pero las lenguas que hablamos son infinidad. (Y por si el lector atento se lo preguntaba elijo pensar que en el título del libro, languages, está traducido como lenguajes con toda intención). 
Tras leer este libro me pregunto, me contesto y me lamento. ¿Realmente somos incapaces de entendernos? ¿Están las personas multilingües condenadas a vagar perdidas por el territorio comanche de no pertenecer realmente a ninguna parte? Parece que las lenguas, que deberían ser instrumentos de comunicación se convierten a veces, son convertidas otras, en barreras insalvables.
 
Próximamente en este blog: El enredo de la bolsa y la vida, de Eduardo Mendoza

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miércoles, 5 de septiembre de 2012

Una conjura en Hispania

La canícula estival es el momento por excelencia para encontrarse con los viejos amigos. En esas horas que transcurren lentas rodeadas de un reconfortante ambiente de horno microondas, poco más apetece que volver a las estanterías a recuperar viejas historias y viejos compañeros de viaje. Pero con los viejos amigos, ya se sabe, la casuística es variada, especialmente si hace mucho que no les ves el pelo. Con algunos, los mejores, es como si no pasaran los días, los meses o los años y os hubiérais encontrado charlando alrededor de un café la tarde antes. Con muchos, sin embargo, el recaudador más inflexible, el tiempo, se cobra su precio (aumento de IVA incluído).
Al principio la alegría del reencuentro lo enturbia todo -estás más alto, más guapo, más listo-, las anédoctas compartidas en el pasado os empapan en torbellino, los recuerdos se revisitan, agrandan y colorean, pero... al cabo del rato... empiezan a saber a cenizas y te descubres buscando en los resquicios al amigo que conocías. Y ese amigo ya no existe, porque tú ya no existes, porque el tú que eras se ha ido y sólo queda el yo que eres ahora. Más viejo y más sabio -sí, siempre, aunque sea a la fuerza-.

Una conjura en Hispania (A dying light in Corduba... ¡toma ya! con dos... narices) es el octavo libro de las aventuras del insigne informador Marco Didio Falco, una serie que inició La plata de Britania y a la que me llevó hace años el préstamo de alguna biblioteca anónima. Tras aquella novela seguí durante seis libros más las peripecias del cínico Falco, de su aún más cínica novia Helena (y de sus temibles madres) a través de los entresijos de la Roma de Vespasiano. Nos separamos después con un abrazo, buenas intenciones -te escribiremos, me decían, os leeré, decía yo- e Hispania en el horizonte. En estos años les recordé con cariño. Su ironía, su ácido humor, aquella Roma que nunca fue santo para mis altares por aquello del repelús que empiezan y acaban dando los imperios, esa novela negra en números romanos que se inventa Lindsey Davis... y de repente ahí estaba yo, ahí estaba Hispania, y en el medio, una conjura, pero de los necios.

Demasiado pronto me encontré buscando entre márgenes a los amigos que recordaba. Demasiado pronto empecé a preguntarme quiénes eran éstos o quién era yo entonces. Ah, la novela histórica, ese género con mucha trampa y tanto cartón que mejor harían en llamarlo "supuesta novela de ambientación supuestamente histórica". Y aún así, querido Marco Didio, hasta te habría perdonado que, desde tu siglo I dC, hablaras de "cárteles" que conspiran o que encontraras "romántico" un paisaje, hasta que dejaras embarazada a la hija de un patricio que te recibe en su casa tan campante siendo tú más plebeyo que las alpargatas, o que la pasearas estando ya de siete meses por las vías romanas de media Europa. Hasta eso... por la amistad que tuvimos.

Pero en el alma me ha dolido que te vengas a la Hispania de Séneca a perseguir a una bailarina de flamenco, repito, flamenco del siglo primero. O que tu autora reconozca en los agradecimientos que se ha documentado con un experto en el comercio de aceite de la Bética, al que conozco mira tú por donde, y no acierte ni en el nombre. Y esa trama, que tantos Deus ex machina Falco, ni a ti te los consiento.

Así que para los doce episodios que quedan publicados, te abandono a tu suerte deseándote lo mejor. Y me despido aquí como a ti te habría gustado, mordaz, diciéndote que a todas luces ya no soy lo que era pero que, visto lo visto, debo ser algo mucho mejor.

Próximamente en este blog: Los lenguajes de Pao, de Jack Vance

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lunes, 27 de agosto de 2012

Wicked. Memorias de una bruja mala

De un tiempo a esta parte asistimos a un renacer de los cuentos tradicionales, o  al menos eso parece. Proliferan por todas partes series y películas que revisitan a Blancanieves, a Cenicienta, a Caperucita, al lobo y a toda su parroquia oscilando entre la comedia, la fantasía y el terror. No es casual que gocen de tanto éxito, porque la fascinación que despiertan está más que teñida de nostalgia. Volver a los cuentos es volver a la época en que te arropaban y te dormías escuchando historias, volver a los finales felices por mucho que se complique la cosa, al todo es posible y a la magia. Muchos somos incapaces de resistirnos y nos tragamos el anzuelo hasta las trancas. De ahí el filón.
Poco tenemos en mente sin embargo, seguramente por lo oral del recuerdo asociado, que todas esas historias fueron libros en algún momento. Y si las nuevas ediciones de los viejos relatos de Grimm y Grimm, de Andersen o de Hoffmann abundan, no son frecuentes los libros que se atreven a sacudir los cimientos de nuestra infancia. Pues bien, éste es uno de ellos.

Wicked. Memorias de una bruja mala nos lleva cual tornado al maravilloso mundo de Oz. Vaya por delante que el cuento original de Frank Baum, me atrevería a decir que El Cuento Infantil con mayúsculas -y por antonomasia además- en Estados Unidos, no ha sido nunca uno de mis favoritos. (¡Será que es demasiado moderno!, dirían las malas lenguas. Bien, lo cierto es que si nos ponemos puristas, es casi cien años más joven que Blancanieves o Hänsel y Gretel. Mucho más si nos remontamos a las versiones orales que les dieron origen y que, paradójicamente, fueron prácticamente olvidadas tras la publicación de las recopilaciones de los Grimm. Fin del ataque compulsivo de erudición, o “a nadie le gustan los listillos”) El caso es que nunca he acabado de empatizar con los personajes y ni siquiera Dorothy y su perrito de nombre absurdo me cayeron nunca especialmente bien. Tal era mi disposición cuando el proveedor honorífico de esta tienda, el ínclito Vlaisnut, puso sobre el mostrador una curiosa edición –la duda ofende- de esta obra de Gregory Maguire.
El resultado es que nunca más podré ver a Judy Garland pegando saltitos del brazo del león cobarde, el espantapájaros descerebrado y el hombre de hojalata insensible sin pensar en ellos como instrumentos inconscientes de un poder totalitario que intenta aplastar todo conato de oposición. 
Para el que acabe de quedarse desconcertado añadiré que el maldito camino de baldosas amarillas es una obra pública imperialista y el mago, ah! el mago! un redomado fascista con una policía política despiadada a su disposición. Porque la protagonista de la historia es Elphaba, verde, fea, honesta y beligerante, alias “La Bruja Mala del Oeste”. Y aquí un tirón de orejas para la traducción del título que impone al lector un sesgo imperdonable al transformar el  Wicked: The Life and Times of the Wicked Witch of the West en un auténtico juicio de valor.

Maguire le da la vuelta a la historia al preguntarse algo tan sencillo como ¿por qué era mala? La respuesta que su libro nos proporciona es sorprendentemente sencilla y nos recuerda que la historia siempre la escriben los vencedores. Enlazando arteramente la trama y los personajes del cuento con la versión que él prefiere imaginar, consigue dar una versión alternativa de un mundo ya alternativo y hasta los zapatitos rojos se convierten en una cruel mofa para un alma torturada. Que nadie espere un relato al uso porque es extraño desde la primera página a la última. Aunque tengo que decir que, en mi lectora opinión, pierde un poco el norte hacia el final y deja una cierta desazón (en parte por desaprovechar un escenario que ha planteado con maestría, en parte por no saltarse a la torera el final ortodoxo implosionando a la niña de marras… como sin duda todos desearéis al llegar a ese punto).
En suma, un cuento bien contado que convierte a los buenos en no tan buenos y a los malos en personas. Que se prepare Cenicienta, porque estoy deseando leer Confessions of an Ugly Stepsister (Confesiones de una hermanastra fea... ¡espero!) del mismo autor. Cuentos, en fin, para parias malvados, que también tenemos derechos…

Próximamente en este blog: Una conjura en Hispania, de Lindsey Davis

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miércoles, 22 de agosto de 2012

Catching fire


Al señor Koreander se le acumulan los libros sobre el mostrador. Llegan a la tienda de mil y una formas, los mira, los manosea, los huele, los escucha incluso y, sólo después de ese pequeño ritual, cual buen catador, se permite leerlos. Tras hacerlo los deposita con cuidado en su lugar de descanso provisional y los deja reposar. Acuna unas historias, otras las medita, a algunas las reprende y a todas las macera un tiempo antes de decidir qué lugar merecen en su tienda. Si hay suerte y el tiempo y el polvo lo permiten, los estantes se preñan ansiosos de nuevos habitantes. Pero cuando los imponderables -y hasta los ponderables- lo impiden, se atrinchera tras las columnas de libros que, aún en maceración, ocupan pacíficamente el descansillo de su cabeza, esperando su turno. Porque éste siempre llega…

Cuando uno viene con el defecto de fábrica de elaborar teorías para casi todo, más le vale suscribirlas haciendo frente a los elementos. En otras palabras, cuando las excepciones te abofetean, pon la otra mejilla. Comenté hace ya un tiempo, en algún pasillo de esta tienda, que lo habitual en las trilogías era que el segundo volumen dejara una cierta sensación de insatisfacción. Afortunadamente, el teórico aficionado tiene siempre prevista una ruta de escape (en el peor de los casos el socorrido "yo no quería decir eso") y, por lo mismo, adelantaba también que esa señora tan cara de ver, la lógica, dictaba que la calidad debería ir en aumento del primer libro al tercero. Bien, pues envainando aquí la toledana sin vergüenzas, asumo un alegre “donde dije digo, digo Diego” para hablar de Catching fire, la segunda parte de la trilogía The Hunger Games. Titulado en su versión española En llamas –que no, no acaba de ser de lo mismo... me pregunto ¿tanto miedo dan los gerundios?- no sólo no deja insatisfecho sino que sorprende y huye de ciertos estereotipos que acostumbran a rondar las trilogías en busca de presas fáciles.


Quizá el más peligroso de ellos sea la reiteración-repetida-hasta-la-redundancia, y sí, la aliteración no es casual. Es decir, escenas que aparecen de nuevo en los sucesivos volúmenes con el objetivo de situar a un hipotético lector desordenado que no se ha leído los anteriores o de refrescar la memoria del lector olvidadizo. En pequeñas dosis, bien llevadas y, sobre todo, como muleta para el desmemoriado, secundo la moción, pero cuando llevan al empacho hacen asomar en lontananza al fantasma de la “lectura en diagonal”, enemiga acérrima de escritor y lector por igual.

Por suerte, Suzanne Collins consigue en esta secuela imitar a su protagonista y, muy al estilo de Katnis Everdeen, evita habilidosamente la trampa. Apuntando de paso al más difícil todavía, la autora recupera el ambiente descarnado y aterrador de la primera novela manteniéndose fiel a una narración en primera persona que cada vez debe resultarle más complicada. Retoma la acción donde la ha dejado y atrapa desde el principio en una espiral de emociones que no augura estabilidad cardíaca. La trama sigue mostrando los matices de una sociedad artificiosa que adocena a algunos de sus miembros mientras es despiadada con la mayoría. Y, al avanzar tras los ojos de su personaje principal, que en la anterior novela sólo conoce su propia realidad y el horror de los Juegos, en esta ocasión descubre mucho más de la cara imposiblemente amarga del mundo en el que vive.

Violencia, crueldad, sacrificio, valor, renuncia y rebeldía, de nuevo se retrata lo peor y también lo mejor de lo que es capaz la especie: a veces lobos para hombres, a veces yesca y pedernal con los que encender el fuego de la revuelta. Sólo resta pues decir que leerla sin leer la anterior tiene aproximadamente el mismo sentido que tendría, en este punto, no leer la siguiente.

Próximamente en este blog:  Wicked. Memorias de una bruja mala, de Gregory Maguire

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lunes, 11 de junio de 2012

Siddhartha

Un día en el que regalar libros es lo esperado es por definición un día estupendo. El día en el que las estadísticas nos dicen lo grandes lectores que somos, en el que la gente hace cola ante los escritores y en el que, sin necesidad de que sea festivo, salimos a la calle buscando un libro mientras un libro nos busca a nosotros. Si en algún rincón del mundo incluso se acompaña de leyendas, dragones y rosas rojas, en otros se conmemora la muerte de dos inmortales, ¿coincidencia? No importa demasiado, el 23 de abril es el día en el que leer es lo normal. Y en mi caso, además, la excusa que nunca necesito para dar y recibir libros.

Siddharta llamó este año a mi puerta. O mejor dicho, volvió a llamar. Como ya he dicho alguna vez, releer es el placer del lector empedernido. Las más de las veces los elegidos son los ocupantes del lugar predilecto de estanterías y memorias, pero a veces releemos casi por accidente. Hace ya algún tiempo que comencé a sospechar del tándem libro-accidente, y cuando un libro decide reaparecerse, yo le doy una oportunidad y lo visito de nuevo. La lección siempre es interesante, porque si en algunas ocasiones la relectura nos devuelve a quienes fuimos, en otras nos muestra cuánto hemos cambiado, tanto que el libro se ha convertido en otro.
Esto último es lo que le ha pasado a Siddhartha. Desde aquella primera lectura escolar obligatoria de mi adolescencia hasta ahora, me reconozco tan poco en algunas cosas que apenas he reconocido las páginas del libro. Y, a la vista del resultado, eso es algo francamente bueno.

Empezaré por decir lo más importante, importante obviedad quizá: Siddhartha no es una novela. Siddhartha es un viaje por las edades del hombre, una especie de manual espiritual disfrazado de novela. Más allá de la historia del joven hindú de casta brahmánica que lo protagoniza, antes o después uno acaba pensando: Siddhartha soy yo. Reseñarla desde el punto de vista literario no tiene, a mi modo de ver, demasiado sentido, porque Siddhartha no se lee, más bien se experimenta. Y diría que Hermann Hesse la escribió con ese propósito en mente. No es por casualidad que se aconseje su lectura en esas etapas en las que se supone que la búsqueda de quiénes somos es trascendental.

Sin embargo, el Hesse paciente de Jung que escribe Siddhartha acabado el horror de la Primera Guerra Mundial, pasados los cuarenta, tras la muerte de su padre, con su hijo enfermo y su mujer sufriendo de una grave enfermedad mental, me parece muy lejos del despertar adolescente de la autoconsciencia. Me parece embarcado en una búsqueda en la que son necesarias la experiencia del dolor, la naturaleza despiadada del tiempo.

Cuando yo leí Siddhartha por primera vez, iniciada aquélla, mi primera búsqueda, sabía demasiado como para entender, ahora, que apenas sé nada, siento que me he acercado al fin a su verdadero significado. No la recomedaría para el que busque simplemente entretenimiento porque Siddhartha es más bien un alto en el camino del visitante de esta tienda, para cuando necesite leerse a sí mismo, para cuando se atreva a hacerlo.

Próximamente en este blog: Catching Fire, de Suzanne Collins

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lunes, 28 de mayo de 2012

El Libro del cementerio

Más o menos hacia el mismo momento en que Melchor, Gaspar y Baltasar se convierten en pseudónimos, todos nosotros, sin excepción, sufrimos un trauma del que raramente hablamos al crecer. Aterrizar con todo el equipo en la idea de nuestra propia mortalidad, resquebraja definitivamente la cáscara más o menos gruesa en la que pasamos la infancia. Después, en el más tácito de los acuerdos, se nos anestesia esa parte de la conciencia, como si fuera imposible vivir con semejante inquilino. Bien es cierto que eso no fue siempre así y que, de hecho, tampoco lo es ahora en todas partes. También es verdad que algunas conciencias tienen más tendencia a la narcolepsia que otras, pero en general, en nuestra tradición cultural, la muerte no es algo de lo que hablemos ni de lo que nos guste oír hablar. 
El Libro del cementerio, según informa curiosamente su solapa, está catalogado como literatura infantil. La portada, lo mismo que las ilustraciones, no parecen sin embargo estar muy de acuerdo con esa etiqueta. La historia de un bebé que escapa del asesino de su familia tambaleándose con sus primeros pasos hasta el cementerio cercano en el que los muertos le acogen y le crían, tampoco es que sea el cuento ideal para leerle a un niño mientras se duerme, por ejemplo. Pero merece la pena recordar que una niña envenenada por su madrastra cuando no consigue que un matón le arranque el corazón, otra a la que maltratan sus hermanastras y que vive como una esclava, durmiendo en el suelo, unos hermanos abandonados en el bosque o sí, por supuesto, un lobo que se come a una abuela y al que abren en canal, no son precisamente temas bucólico-pastoriles, y eso no ha impedido a los señores Grimm y Andersen convertirse en honrados escritores de best-sellers. Y es que, además, la función principal de los cuentos es enseñar que siempre hay solución y que el peor enemigo es el miedo en sí mismo, y eso no puede negársele a esta novela de Neil Gaiman. Una novela que presenta la muerte como algo natural e incluso dulce a lo que, llegado el momento, debe propiciársele la bienvenida que merece una buena amiga. Me pregunto cuánto de ese trauma del que hablaba antes sería posible evitar con libros como éste.

Merece también un elogio la estupenda traducción que ha llegado hasta esta tienda, prestada, eso sí, del "fondo Vlaisnut para el fomento de la lectura". El protagonista, Nadie, Nad para los amigos, reproduce fielmente el Nobody (Bod) del original, pero además, sin meterse en camisas de once varas, las notas del traductor se utilizan como debe hacerse, justificando cuando un juego de palabras es intraducible y explicándolo cuando se puede, que no siempre se puede. 

No negaré que el tono de la historia es macabro en general, pero Gaiman desubica a la vez completamente el concepto del mal, o de las cosas que habitualmente nos resultan siniestras e inquietantes, y lo sitúa todo donde debe estar. La fantasía se reivindica y lo más peligroso son siempre las personas que se comportan como si no lo fueran. No he leído lo suficiente a Gaiman como para comparar al escritor con el guionista de novela gráfica, pero si me sorprendí apreciando Los hijos de Anansi (2005), este libro, para el que el propio autor dice haberse inspirado en El libro de la selva de Rudyard Kipling, tiene un candor que empapa y reconforta. Y lo mejor, al girar la última página entiendes que tienes muchas más preguntas que antes de empezar, como debe ser con todo cuento que se precie.

Próximamente en este blog: Siddhartha, de Hermann Hesse
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martes, 22 de mayo de 2012

The Hunger Games

He aquí uno de esos riesgos que no acostumbro a correr: ver la película antes de leer el libro. Especialmente en el caso de un best-seller (dícese, aunque no sólo, de aquel libro en cuya portada han añadido el sellito de "En cines el 23 de marzo!"). Pero debo reconocer que este libro en particular no había aparecido en mi radar. Así que me lancé despreocupadamente a ver otro relato de distopías y alienaciones varias, en la más pura tradición de la ochentera Perseguido (cuando el ex-gobernador de California era un austríaco sanote y sin aspiraciones políticas conocidas). Como esto no es un blog de cine sino una librería, virtual eso sí, me voy a limitar a decir que éste es uno de aquellos casos en los que la gran pantalla hace honor a la humilde página.
Aunque de humilde tenga poco. Lo primero que me gustaría destacar es lo difícil que debe ser escribir en primera persona una novela en la que la acción tiene un peso tan importante. Como ya he adelantado, The Hunger Games retrata un futuro de ésos al que no queremos ir, es decir, describe un mundo inhóspito a muchos niveles, para los cuales se necesitan a priori tantos otros personajes. Suzanne Collins, sin embargo, consigue, con la única y pragmática voz de Katnis Everdeen, hacerte sentir el verdadero horror de los elegidos para ser pasto de los leones. Y lo hace con el mismo descarnado realismo de la escena de Gladiator en la que un hombre, al ver avecinarse una muerte sangrante, se orina encima de puro miedo. Hasta el punto de que no importa que, tras el cine, no queden muchas sorpresas en la trama, porque el nudo en la boca del estómago, el terror imposible del corredor de la muerte, extienden de nuevo sus tentáculos página tras página.

Y, como a menudo pasa, el horror de lo escrito supera el de los fotogramas, porque nuestra propia imaginación, siguiendo la sabia mano de una buena autora es, al fin y al cabo, el mejor combustible para nuestros miedos. Con esto no descubro nada nuevo a los lectores empedernidos, claro, pero digamos que no puede negarse que esta novela es lo que, en el siempre-tan-descriptivo inglés, se llama un page-turner. Es extremadamente difícil dejar de leerla para hacer cosas sencillas como caminar por la calle sin que te atropelle un autobús. E insisto, perdonen los lectores las redundancias del guión, yo ya sabía cómo acababa.

En el tradicional dilema (bueno, es tradicional para mí al menos) entre la trama y los personajes, Los Juegos del Hambre (traducir esto de otra forma hubiera sido ya de juzgado de guardia), gana en todos los frentes. De lo trepidante del argumento dan fe mis párrafos anteriores, de lo imprescindible de los personajes quizá sea más difícil hacerse una idea, especialmente después de decir que la narradora es también la protagonista. Pensándolo un poco sin embargo, las personas a nuestro alrededor se nos vuelven irremplazables sólo por lo que percibimos de ellas. Y como el trabajo de una buena escritora es dotar de palabras la propia experiencia, qué mejor muestra de ello que conseguir que uno de los personajes centrales aparezca apenas en diez páginas sin dejar por ello de ocupar uno de los vértices de la historia.

Iniciando una trilogía como debe hacerse, con buena nota, cerrando su propio arco temporal y dejando la puerta ni muy abierta ni muy cerrada, esta novela hace virtualmente imposible no buscar de forma compulsiva el segundo volumen. Seguiremos informando, en breve, sin duda.

Próximamente en este blog: El libro del cementerio, de Neil Gaiman 

Pasen y lean... 

lunes, 21 de mayo de 2012

Blue and Gold

De nuevo Vlaisnut y su fetichismo editorial ponen a mi alcance, aunque sea de prestado, una preciosa edición en cuyas mieles vale la pena detenerse. Los responsables son Subterranean Press, una gente que se dedica a publicar autores de género conocidos y menos conocidos  (suspense, terror, ciencia ficción y fantasía, por si alguien se preguntaba "¿de qué género?"), y también a reeditar obras fuera de catálogo, amén de otras joyas, en ediciones especiales que financia a veces gracias a los pedidos de los propios lectores. No es una mala fórmula en los tiempos que corren, sobre todo si el resultado es un continente que acompaña tan bien al contenido como en el caso de este librito.

Digo librito, y digo bien, porque Blue and Gold se lee casi del tirón. Y tiene su mérito habida cuenta de que es la historia de un mentiroso que se confiesa como tal desde casi la primera página. La novela nos cuenta en una rigurosa primera persona la historia (o mejor, para no crear falsas expectativas, un fragmento de la historia) de un alquimista llamado Saloninus. Y decir esto es como no decir nada. Porque no tiene mucho más en común con otras historias que corren por ahí en las que un mago o alquimista (que además suele ser simultáneamente el mejor guerrero, músico, monje, trapecista y cazador de gamusinos del mundo mundial) nos cuenta su vida.

No, decididamente, Blue and Gold es distinta de la primera a la última página, sin excepción. El hilo de la trama da tantas vueltas que se convierte en un lindo jersey que a la que tiras de él se deshace limpiamente y te deja con la boca abierta. El narrador y protagonista te dice a la cara que te está engañando y tú vas y aún así te crees todo lo que explica. Te cuenta la misma escena varias veces y, como por arte de birlibirloque, consigue que las mismas palabras signifiquen cosas diferentes. Hasta el punto de que el lector que quiere aprender vuelve atrás y compara y se maravilla y acaba exclamando "¿cómo demonios lo ha hecho?". Porque sí, lo ha hecho.

No conocía yo a K.J. Parker, pero buscando buscando me he enterado de que en realidad nadie le/la conoce, ni siquiera sabemos si es autor o autora, ni qué significan las siglas de su pseudónimo. Parece que un halo de misterio rodeara a su persona aunque, paseando por la red y encontrando los rumores que circulan sobre su identidad, me tienta más pensar que la mayoría los debe haber sembrado la misma pluma que dota a Saloninus de una personalidad tan ladina y tortuosa que no puedes evitar que te caiga bien.

Desde luego localizaré a la que pueda alguna otra perla de la misma ostra, como por ejemplo Purple and Black, pero mientras tanto recomiendo encarecidamente leer ésta que hoy nos ocupa y, a pesar de mis anteriores advertencias, hacerlo creyendo que "no, a mí no me engañará"... vamos, lo mismo que dije yo.

Próximamente en este blog: The Hunger Games, de Suzanne Collins

Pasen y lean...   

lunes, 7 de mayo de 2012

El prisionero del cielo

Mi primer best-seller fue Caperucita Roja y supongo que en aquellas noches en que se lo escuchaba leer a mi madre con inflexible atención (ya entonces recibía cualquier modificación del texto con feroz intolerancia) me contagió su amor por los libros, don epigenético por el que nunca podré darle las gracias como merece. Desde entonces hasta ahora, he ido desarrollando una cierta aversión por los libros mediáticos, en general porque son el resultado de tendencias de mercado que no suelen dictar los lectores, o porque llegan anunciándose con  cifras y eso no es manera de presentar un libro o, quién sabe, quizá porque después de aquello del "abuelita, qué ojos más grandes tienes", todos me han resultado decepcionantes...
El caso es que, aún así, me dejo convencer de vez en cuando si me lo recomienda un lector que conozco. Andaba yo cestita a cuestas y por el medio del bosque, cuando de nuevo mi madre volvió a contarme un cuento, y así es como di con La sombra del viento, el primer volumen de la serie El cementerio de los libros olvidados. Lo empecé a leer como con reparo y, mira tú por dónde, me pilló el lobo, porque el caso es que me gustó. Tiempo después siguió El juego del ángel, con una chispa de fantasía oscura que desagradó a muchos y a mí me pareció el condimento ideal y por fin El prisionero del cielo, o no debería decir por fin, porque no tengo muy claro que acabe aquí la historia. 

La prosa de Ruiz Zafón me evoca siempre la imagen de un cuchillo caliente cortando mantequilla, leerla es un poco como caer rodando cuesta abajo. Empiezas despacio, indolente, pero las palabras te atrapan, te arrastran, te empujan, más deprisa, más deprisa!! hasta que chocas contra el linde del capítulo y normalmente haciéndote daño. Pero no sólo de estilo vive el lector, y el autor, que lo sabe, ofrece una historia retorcida y laberíntica que culebrea de un lado a otro de esta -hasta el momento- trilogía. Los personajes aparecen y desaparecen y el foco que apunta hacia unos deja a otros en la sombra, aguardando entre bambalinas su llamada a escena. Sin dejar un respiro, la acción y la contemplación se suceden en una Barcelona familiar y plomiza.

Pero como siempre en la vida, y en los cuentos, se puede morir de éxito y acabar en el fondo de un pozo con la barriga llena de piedras. Y es que El prisionero del cielo descarrila un tanto siguiendo su propia estela. Para empezar el título, que es pegadizo y lírico a un tiempo, de acuerdo, pero que intenta justificarse sin éxito saliendo de una chistera de la que no debería haber salido más que un conejo de carnes prietas y magras. Para continuar el escenario, que lleva las referencias a una Barcelona conocida hasta el abuso, como con un aire de dedicatoria con nombres y apellidos que diluyen el encanto del hogar perdido que destilan los libros anteriores. Para postres, el discurso de alguno de los personajes,  que de castizo y chispeante se torna de un axiomático ingenioso que carga... y no las tintas.

Aún así las cosas, la historia es buena y se engarza a las anteriores en sintonía perfecta, o las anteriores a ella, aún mejor. Confío sin embargo en que si nos aguarda todavía otro capítulo, Ruiz Zafón vuelva a sus orígenes y pierda un poco de vista lo que le hizo convertirse en un fenómeno de masas, porque no lo necesita. Vamos, que el leñador le haga una visita antes de que su propio best-seller se lo zampe.  

Próximamente en este blog: Blue and Gold, de K.J. Parker

Pasen y lean...

jueves, 3 de mayo de 2012

The Wild Girls plus...

Ya hablé aquí alguna vez de Vlaisnut y su afición por las ediciones raras, pues bien, debería extenderlo a las editoriales pequeñas y curiosas. Es el caso de PM Press, un grupo interesante de gente que se precia de publicar materiales radicales y desafiantes. Entre ellos su colección Outspoken Authors (algo así como Autores Francos) que, en dosis breves pero intensas, elige a autores consagrados en sus respectivos géneros para publicarles un pequeño volumen con un relato y algún otro escrito, amén, claro está, de una entrevista de las de tenedor y cuchillo.

Comenté en su día que estaba intentando aficionarme al formato, para mí poco frecuentado, de los cuentos y las historias cortas.  Es justo reconocer que, si no me he aventurado antes por sus vericuetos es probablemente por mi tendencia ancestral a acercarme a los libros casi gravitatoriamente. Mis últimas lecturas me han dado de bofetones al respecto y he aprendido por la vía dura que a veces lo bueno, si breve, es tremendamente difícil de hacer bien... Pero cuando se hace bien, ah lectores! cuánto pesan entonces las páginas de más a las que algunos autores son tan aficionados.

El relato elegido para esta ocasión por Ursula K. LeGuin, de la que ya he hablado en alguna reseña anterior, ha sido The Wild Girls. Tan breve que se lee casi por sorpresa, tan sencillo y carente de aparato que convierte la maestría en condición sine qua non. Crear un mundo de fantasía creible que contenga una historia dotada de enjundia y hacerlo en 50 páginas (más o menos) ya es suficiente desafío. Añadirle un estilo que demuestre, una vez más, que el silencio de mil voces es más atronador que los fuegos de artificio, es el don de esta autora. Que nadie espere sentirse bien al leerlo, pero que nadie espere tampoco irse de vacío al final.

Dos ensayos cortos acompañan al relato: una reflexión sobre la modestia, cualidad enajenada donde las haya en nuestros días y una crítica feroz al capitalismo absurdo y bulímico de un mundo editorial gobernado por multinacionales. Esta crítica sólo puede ver la luz en papel impreso, desde luego, y como alguien me dijo, desde la ventaja de los años y el prestigio de una escritora como LeGuin, pero es de agradecer que alguien se moleste todavía en pronunciar ciertas verdades. Los monstruos que paren best-sellers a granel y que deciden al final qué leemos y qué no, merecen al menos que quede claro que lo sabemos. 

Finalmente, la entrevista final, larga y contundente, masticable, nutritiva, incómoda y sin frenos. Cuando un autor es como sus libros y sus libros son como los que escribe esta mujer, ¿qué más puede decirse? Pues que aunque procuro en la medida de lo posible no hacer citas textuales de las obras que aparecen por la librería de Koreander, estiro hoy un poco las normas para permitirme el lujazo de aplicarme su definición de sí misma "soy una lectora rápida y descuidada, me permite leer deprisa lo malo y releer muchas veces lo bueno".

Próximamente en este blog: El Prisionero del Cielo, de Carlos Ruiz Zafón

Pasen y lean...


viernes, 27 de abril de 2012

Stranger in a strange land

Después de un inmerecido no-descanso regreso a la polvorienta tienda del señor Koreander de la mano de Stranger in a strange land, un regalo de alguien que sabe que regalarme un libro es acertar seguro, Josep, la única persona que conozco que es capaz de memorizar fragmentos enteros de los libros más dispares. Y no me refiero a ese deporte favorito de tantos visionadores compulsivos de cine de los 80 (entre los que con orgullo me incluyo al grito de yipikayei!), me refiero a que si esto fuera Farenheit 451, no confiaría en nadie más para hacer de hombre-libro.

Que Heinlein eligiera un pasaje de la Biblia como título (del Éxodo para ser exactos) me pareció al principio más el fruto de una coincidencia que una voluntad intencionada del autor de este clásico de la ciencia ficción. Porque en efecto, con un clásico hemos topado, un clásico que además despertó polémicas y se consideró rompedor en su época. Con el tiempo y las páginas, sin embargo, la coincidencia mostró su verdadera cara. Pero no adelantemos acontecimientos. A riesgo de entrar en los pantanos del anacronismo pero intentando llegar al libro con el mínimo equipaje, no leí ni las guardas antes de empezar... poco después podría haber jurado que se escribió en los años 60. 

La idea de partida es, por sencilla, tremendamente buena. Un hombre nacido en Marte y criado por marcianos, una raza de seres totalmente intelectuales y con una curiosa postura respecto al canibalismo, regresa a la Tierra y se enfrenta con las idiosincrasias propias de un planeta que es el resultado de una evolución desquiciada de todo lo mejorcito y más granado del siglo XX. La interacción consiguiente es, para empezar, divertida. Tratada de forma inteligente y meticulosa, cambia de punto de vista lo suficiente como para crear algún personaje interesante y unos cuantos comparsas.

El problema, a mi modo de ver, es que una vez creados, Heinlein no sabe bien qué hacer con ellos. Las evoluciones que experimentan son cuando menos poco creibles, cuando más, sacadas de la manga. Empezando por el protagonista Valentine, el Hombre de Marte, que se convierte en un remedo de Mesías que defrauda sus comienzos, de lo más originales, y que abandona lo que le hace distinto de un plumazo Deus ex machina. Su mentor en la Tierra, Jubbal, el cual recoge algunas de las mejores reflexiones que salpican la novela, desarrolla de repente un síndrome Al Pacino de tomo y lomo (dícese de la necesidad de hacer un monólogo para el propio lucimiento cada tres escenas). Jill, la única mujer con papel principal, se convierte por arte de magia (marciana) y sin demasiado disimulo, en una especie de prototipo de fantasía masculina o, para ser más justos, de fantasía de ese tipo de hombres que sueñan con muñecas hinchables siempre dispuestas. Y es que la pretendida libertad sexual que fue la simiente de la polémica sembrada por esta novela, es en realidad una libertad sexual con unos cuantos siglos de antigüedad. Lo que Heinlein crea con sus mujeres perfectas y complacientes es conocido en muchas culturas como harén.

Pero más allá de la mojigatería y la doble moral del lugar y la época en que se publicó, lo realmente molesto es que siga considerándose como revolucionaria una concepción del sexo absolutamente machista y profusamente especiada con buenas dosis de homofobia, que tiene la desfachatez de hacerse pasar por una orgía de amor y libertad humana. Como tantas veces... libertad sí, pero no para tod@s. Cuesta bastante no citar algunas frases que son para galardonar al autor, con su visión supuestamente radical por lo progresista, con la banda de "Al Más Intolerante", pero siendo fiel a los principios de este blog os encomiendo al libro para que juzguéis leyendo.  

En mi opinión Forastero en tierra extraña (así se llama la versión en castellano malgastando, si me preguntan, el peso de una buena aliteración), es una buena idea desaprovechada hasta el insulto.

Próximamente en este blog: The Wild Girls plus..., de Ursula K. LeGuin

Pasen y lean...

lunes, 19 de marzo de 2012

The Amber Spyglass

Con los libros pasa igual que con las personas. Unos son vanos, superficiales, se leen rápido y no dejan tras de sí más que un leve rastro de su nombre. Otros prometen un mundo de posibilidades y dejan luego al lector con una sensación de vacío y frustración. Unos pocos,  en cambio, esconden más de lo que muestran y al irse desvelando sorprenden como el compañero que regresa, inesperado. Y, sólo de vez en cuando, alguno te retuerce las entrañas al hacerse un hueco en ellas para acompañarte durante el resto de tu viaje. Te muestra sus adentros y al hacerlo te señala de por vida, y tú, víctima complaciente, decides llamarle amigo.
Siempre dejo un espacio al final de un libro para reposarlo, meditarlo y saborearlo para escribir sobre él o para empezar a leer otro. Pero hay despedidas que duelen tanto que necesitan más tiempo. Recuerdos que no pueden rozarse siquiera sin abrir llagas. Sé que, pasada una espera prudencial, podré acercarme de nuevo con la estudiada cautela de un gato y poner en su sitio las piezas. He necesitado tres días para salir de la historia que cierra The Amber Spyglass. Y de repente, reseñarlo se me antoja una especie de Principio de Heisenberg Literario. Si lo pongo en palabras, pierdo su sentido.
Diría que Pullman ha estado más que a la altura. En un libro distinto de los anteriores, se atreve a bajar a los infiernos y salir vencedor del periplo. Se atreve a convertir a sus personajes en inocentes reflejos de Nietzche, se embarca en la metáfora del grano de mostaza y disimula luego como si jugara a escribir literatura juvenil. Y el lector, como una veleta en medio de un tornado, sólo puede seguir maravillado sus requiebros y rogar por favor que todo sea para bien.  
Ahora que el apocalipsis está tan de moda (aunque si me preguntaran a mí diría que lleva de moda más de mil años) y por aquello de que el mejor truco del diablo es convencernos de que no existe, la prestidigitación de His Dark Materials, esta trilogía que acaba por prender fuego al reguero de pólvora que va dejando desde el primer libro, es tentar al lector con el fruto del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal… Y al final, ya lo cuenta la historia, el lector se da cuenta de que ha estado desnudo todo el tiempo.
Próximamente en este blog: Stranger in a strange land, de Robert A. Heinlein
Pasen y lean…

domingo, 11 de marzo de 2012

The Subtle Knife

La lógica dicta que si decides escribir una historia con formato de trilogía, la calidad de los libros debería ir de menos a más para asegurar el fiel interés del lector. Por desgracia la experiencia sugiere un patrón distinto pues, tras unas cuantas trilogías, uno de los lugares comunes es que el segundo volumen suele ser el más flojo. Me gustaría poder decir que ésta que nos ocupa respondía a la lógica del in crescendo, pero una vez concluido The Subtle Knife, me acojo a la segunda hipótesis y espero encarecidamente que sea un caso de zozobra en el segundo eslabón.

Para poner las cosas en su justo lugar, no es que el libro sea malo ni mucho menos, simplemente es que no está a la altura de las ingentes expectativas que planta su predecesor en la mente hambrienta que lee. Reseñarlo en soledad es tan frustrante como intentar entender una respuesta sin conocer el enunciado de la pregunta. Pero uno esperaba, contra la inflexible estadística, que esta respuesta fuera igual de sugerente que la pregunta que formula The Golden Compass. Bien, no ha sido así, superémoslo y, sin caer en aquello de medir al hermano menor con el molde del mayor, intentemos analizar qué sobra y qué falta.

Que el personaje principal haya dejado de ser el portador universal del punto de vista, ha sido un golpe duro. Un nuevo personaje protagonista recoge su testigo y, a mi parecer, carece de la fuerza de la niña que sostiene el peso de la historia anterior sobre sus hombros. Aunque apunte maneras de cara al tercer episodio, eso no lo niego. La misma niña y su daemon (de nuevo, pasen y lean) se desdibujan aquí y se hacen subsidiarios de una trama que peca un tanto del abuso del Deus ex machina
Lo bueno, que lo tiene y mucho, es que el ritmo del libro se va acelerando a la par que la historia se desenvuelve, como un regalo de ésos tan perfectamente empaquetados que abrirlos da casi pena. Y lo que era una novela de aventura y fantasía va adquiriendo los tintes de algo mucho más profundo y trascendente. Algo que le hace a uno dudar aún más, si era posible, de su pertenencia al género de la literatura juvenil. Porque ese regalo que se esconde al final y que, espero, se corresponda a la riqueza del envoltorio, es algo oscuro y complejo no apto para los estómagos más sensibles.

The Subtle Knife (traducido como La Daga, ¿qué costaba -digo yo- añadirle un "sutil" al título en castellano?) no ha sido llevada al cine. Parece que la intención era filmar toda la trilogía y que de momento el proyecto está parado, unos dicen que por la mala respuesta que recibió la primera película, otros se apoyan en una teoría del complot que no puedo desvelar sin hablar de más de la trama. Baste esto sin embargo como prueba, de que los conceptos que maneja Pullman tienen su enjundia y pueden molestar a más de un lector no avisado.  

Como ya dije, accedí a esta trilogía en un solo paquete, pero aunque no hubiera sido así, después de leer esta segunda parte, por mucho que me haya decepcionado un poco y que hubiera deseado que no fuera tanto un trámite, no podría dejar de buscar y devorar el tercer volumen. Demasiadas piezas están sobre el tablero como para no querer saber cómo acaba la partida y si su creador está a la altura del desafío que él mismo se ha lanzado.   

Próximamente en este blog: The Amber Spyglass, de Philip Pullman

Pasen y lean...

domingo, 4 de marzo de 2012

The Golden Compass

Uno de mis principales proveedores de libros es mi amigo Vlaisnut, del que ya os he hablado en alguna ocasión. Él, que bien me conoce, acostumbra a sugerirme, prestarme o regalarme libros que sabe me van a gustar o libros que sabe me van a molestar, según esté mi ánimo. Es también un amante de las ediciones especiales y curiosas, y le gusta prodigarlas siempre que puede. Yo, que no me detengo demasiado en esas mieles, aprecio como el que más un buen regalo, y si es para mi cumpleaños, mejor que mejor. Así las cosas, esta trilogía cuya reseña aquí inicio, en edición de lujo para más señas por ser el décimo aniversario de la obra, ha sido más que bien recibida.
En otro ejemplo del daño que puede hacer una traducción inadecuada, se publicó en castellano como La Materia Oscura, convirtiendo lo que el autor tomó de una frase del Paraíso Perdido de Milton (en inglés se titula His Dark Materials) en un reclamo paracientífico de la peor especie. Llevada al cine, al menos en su primera parte, en la película de 2007 La Brújula Dorada, vaya un comentario, esta vez anecdótico, para señalar que ese título, que se corresponde con el del libro del que hoy voy a hablar, es la versión americana de esta novela, ya que Philip Pullman la publicó inicialmente en Inglaterra como Northern Lights (título que se mantuvo en la versión española, Luces del Norte, y que quizá es más fiel a la obra).
No he visto aún la película, desde luego la veré cuando acabe la trilogía (los posibles spoilers me dan pánico), pero las referencias que me han llegado no le auguran nada bueno. Como ya he dicho en alguna ocasión, es difícil que la gran pantalla esté a la altura de las expectativas que crean el tándem de un buen libro y una mente que imagina. Pero volvamos a la novela.

Cojamos los referentes de la novela histórica ubicando la acción hacia finales del siglo XVIII, añadamos un poco de Revolución Industrial, algunas hipótesis contraceptuales (que hubiera pasado si...), un reinterpretación de la ingeniería, un requiebro teológico, unas cuantas pinceladas de física cuántica y un mundo de fantasía con una idea brillante. El resultado puede ser un tremendo pastiche o una obra maestra. Después de prácticamente devorar sus páginas, que te obligan a apurar hasta el último minuto de los trayectos leyendo mientras caminas (me río yo de los e-readers), no me queda sino apoyar denodadamente la moción de maestría. Tanto es así que mudaré mi intención inicial de no leer los tres libros seguidos.

Con una osadía considerable, el señor Pullman aborda algunos temas sacrosantos y, tras el correspondiente encaje de bolillos, se los devuelve al lector con esa naturalidad de la que sólo puede hacer gala la buena fantasía. En cuanto a la creación de personajes, consigue algo tan difícil como darles cuerpo a todos centrándose sólo en uno que, para más inri, es una niña. La trama, trepidante, tiene esa compleja simplicidad de las novelas de aventuras, y si tradicionalmente se ha considerado una novela juvenil es probablemente porque carece de las moralinas y excesos que parecen parte imprescindible de la nueva literatura fantástica para adultos.
Las emociones que trata, sin embargo, son permeables a todas las edades. Pocas veces se sienten en un libro la angustia de la separación y la mutilación del alma como en éste. No tan pocas el horror del hombre que se vuelve lobo para el hombre llevado por el fanatismo y la sinrazón.

Al crear el concepto de los daemon, vital para el desarrollo de la historia y que, por supuesto, no desvelaré aquí, The Golden Compass pone voz al alma humana. Algo como esto se lo he visto intentar a muchos autores con diversos grados de éxito, ya dije que la fantasía era uno de mis géneros predilectos, pero nadie que yo haya leído lo ha logrado con la absoluta claridad de Pullman.

Todos los lectores que hayan acudido a los libros en busca de otros mundos en los que refugiarse, en busca de compañeros de viaje que comprendan y se mantengan ellos mismos sin importar el tiempo que pase, en busca de personajes que nos recuerden quiénes éramos cuando les conocimos... Todos los lectores que conozcan la soledad y que hayan necesitado ese desván en el que soñar otra vida, deberían leer este libro. Porque lo que yo he encontrado en sus páginas mal cortadas y arde ya como una aurora boreal de recuerdos, es justamente lo que me hizo un día empezar a leer. 

Próximamente en este blog: The Subtle Knife, de Philip Pullman

Pasen y lean...

lunes, 27 de febrero de 2012

Cartas del diablo a su sobrino


C.S. Lewis es conocido en nuestros días sobre todo por ser el autor de Las Crónicas de Narnia. No he leído los libros, ojeé alguno en su día y me pareció que mi tiempo para leerlos había ya pasado, pero si me hubiera acercado al libro que ahora me ocupa pensando encontrar algo parecido, me habría llevado un susto de los de órdago a la grande.
Cartas del diablo a su sobrino empieza con un prólogo del autor que sirve para lo que deberían servir los prólogos, esto es, inquietar y atraer al lector y completar las páginas que lo siguen. En él, este ateo primero confeso y después converso, explica su propia visión del infierno que se asemeja, con gran acierto, a una burocracia descarnada en la que todos fingen una cordialidad que esconde el voraz apetito de aplastar y devorar a sus congéneres.
Advierte también del peligro que supone para autor y lector detenerse demasiado tiempo en el punto de vista de un demonio que intenta atraerse las almas de los humanos, ángeles caídos en cuerpos de barro. Pero para qué engañarnos, los lectores empedernidos suelen ignorar las advertencias. Aunque a veces quizá no deberían.

El título no esconde trampa ni cartón, estamos ante una recopilación epistolar de un diablo que aconseja a su sobrino sobre el mejor modo de lidiar con el humano que le ha tocado en suerte. Tan curioso observador presenta con cinismo una visión de hombres y mujeres con la que uno puede estar más o menos de acuerdo, pero que desde luego no deja indiferente.

No son éstas cartas que se dejen leer con facilidad, al menos no si se pretende intercalar entre ellas la correspondiente digestión de contenidos, y desde luego el maléfico consejero desprende un considerable aroma al cristianismo enmascarado del autor que, en mi opinión, va en detrimento del buen humor general de la obra. Pero a pesar de este sesgo y del regusto agridulce que deja, vale la pena leerlas aunque sólo sea para experimentar lo que me gusta llamar "el efecto Baile de los vampiros" (de Polanski), o lo que es lo mismo, cómo a través de la perspectiva unilateral del tío demoníaco, el lector pasa de la sonrisa irónica al estremecimiento genuino.

Una nota sólo para elogiar el buen hacer del traductor, que ha sabido hacer malabares con los nombres de los demonios para respetar al dedillo las intenciones (¡malas!) del escritor. El que lo dude que se lea el prólogo.

Próximamente en este blog: The Golden Compass de Philip Pullman

Pasen y lean... 

sábado, 25 de febrero de 2012

El nombre del mundo es bosque

A estas alturas de mi vida lectora, después de más de veinte años leyendo fantasía y ciencia ficción (más de lo uno que de lo otro), de pasar por Tolkien, Weiss y Hickman, Cooper, Willis, Salvatore y Martin, llegué a la conclusión hace no demasiado de que esta mujer es mi autora preferida en el género.
Empecé con El ciclo de Terramar (The Earthsea quartet), la apuesta quizá más sencilla para alguien que se aproximaba a Ursula K. LeGuin desde donde yo lo hacía. Tras eso y con la naturalidad de los granos de arena cayendo a través del reloj llegaron The Left Hand of Darkness y The Dispossessed, estos dos ya en el mismo universo en el que sucede El nombre del mundo es bosque. Y cuando digo universo, lo digo literalmente. LeGuin crea un cosmos alrededor de la vieja Tierra poblado por especies mucho más humanas que nosotros.
Jugando con la vieja teoría de la panspermia, el origen extraterrestre de la vida en nuestro planeta, Ursula idea a los hainianos, una raza extraordinariamente evolucionada de seres que la diseminaron por todas partes dejándola evolucionar después a su antojo. Las novelas nos sitúan ante los resultados de esa evolución y crean un escenario único para que esta antropóloga de formación experimente con cómo podríamos haber sido.
Seres hermafroditas para los que el sexismo no tiene el más mínimo sentido, una sociedad perfectamente anarquista en la que el concepto propiedad es aberrante o una especie íntimamente vinculada con su entorno que existe en perfecta comunión con el resto de seres vivos.
Nosotros, que no somos ninguna de esas cosas sino sólo los hijos del limitado y egoista homo sapiens sapiens podemos atrevernos a ser mejores a través de la lente que nos prestan.
En El nombre del mundo es bosque (y permitidme de nuevo mencionar cuánto matiz se pierde en la simple traducción del título desde el original The word for world is forest), los habitantes de la Tierra siguen haciendo lo que mejor hemos sabido hacer siempre: llegar, ver, no entender, destruir. En una terrible imagen especular de nuestra propia realidad y en un planeta cubierto de bosques en el que las especies conviven en armonía, los hombres llegan simplemente a buscar madera. No hace falta decir mucho más.
Éste es un libro bastante duro, un libro que, me atrevo a decir, debía conocer bien James Cameron cuando escribió el guión de Avatar. Pero donde la película se quedó en la superficie, LeGuin llega hasta el tuétano y no te deja ni un maldito rincón donde esconderte y cerrar los ojos. Más allá de la antiutopía ecológica, se mezcla aquí la xenofobia para con los autóctonos del planeta que comparten la concepción del tiempo de los aborígenes australianos y, pequeños, amables, vivos hasta extremos inalcazables e incomprensibles para los colonizadores, son tratados como animales de carga y esclavizados.
Es también un libro breve que debe leerse a pequeños sorbos si uno no quiere ser desbordado por todas la sensaciones encontradas que provoca. Una autoreflexión que asusta y determina a un tiempo porque lo que cuenta es la más real de las ficciones. 
Pero así es esta autora. Sus tramas son distintas, empiezan sin empezar, acaban donde no deberían, descolocan y sorprenden. Su prosa, traducida o no, es discontinua y contundente, repleta de verdades como puños de esas que uno no entiende como no se le habían ocurrido antes. Y sus personajes son tan grandes como sus palabras, grandes y limpios. Como Selver, el protagonista de este libro, que cuando su mundo cambia se ve obligado a cambiar para que su mundo pueda volver a ser el mismo.
En resumen, un libro y una escritora imprescindibles. Porque el nombre del mundo debería ser bosque...

Próximamente en este blog: Cartas del diablo a su sobrino de C.S. Lewis

Pasen y lean...