viernes, 27 de abril de 2012

Stranger in a strange land

Después de un inmerecido no-descanso regreso a la polvorienta tienda del señor Koreander de la mano de Stranger in a strange land, un regalo de alguien que sabe que regalarme un libro es acertar seguro, Josep, la única persona que conozco que es capaz de memorizar fragmentos enteros de los libros más dispares. Y no me refiero a ese deporte favorito de tantos visionadores compulsivos de cine de los 80 (entre los que con orgullo me incluyo al grito de yipikayei!), me refiero a que si esto fuera Farenheit 451, no confiaría en nadie más para hacer de hombre-libro.

Que Heinlein eligiera un pasaje de la Biblia como título (del Éxodo para ser exactos) me pareció al principio más el fruto de una coincidencia que una voluntad intencionada del autor de este clásico de la ciencia ficción. Porque en efecto, con un clásico hemos topado, un clásico que además despertó polémicas y se consideró rompedor en su época. Con el tiempo y las páginas, sin embargo, la coincidencia mostró su verdadera cara. Pero no adelantemos acontecimientos. A riesgo de entrar en los pantanos del anacronismo pero intentando llegar al libro con el mínimo equipaje, no leí ni las guardas antes de empezar... poco después podría haber jurado que se escribió en los años 60. 

La idea de partida es, por sencilla, tremendamente buena. Un hombre nacido en Marte y criado por marcianos, una raza de seres totalmente intelectuales y con una curiosa postura respecto al canibalismo, regresa a la Tierra y se enfrenta con las idiosincrasias propias de un planeta que es el resultado de una evolución desquiciada de todo lo mejorcito y más granado del siglo XX. La interacción consiguiente es, para empezar, divertida. Tratada de forma inteligente y meticulosa, cambia de punto de vista lo suficiente como para crear algún personaje interesante y unos cuantos comparsas.

El problema, a mi modo de ver, es que una vez creados, Heinlein no sabe bien qué hacer con ellos. Las evoluciones que experimentan son cuando menos poco creibles, cuando más, sacadas de la manga. Empezando por el protagonista Valentine, el Hombre de Marte, que se convierte en un remedo de Mesías que defrauda sus comienzos, de lo más originales, y que abandona lo que le hace distinto de un plumazo Deus ex machina. Su mentor en la Tierra, Jubbal, el cual recoge algunas de las mejores reflexiones que salpican la novela, desarrolla de repente un síndrome Al Pacino de tomo y lomo (dícese de la necesidad de hacer un monólogo para el propio lucimiento cada tres escenas). Jill, la única mujer con papel principal, se convierte por arte de magia (marciana) y sin demasiado disimulo, en una especie de prototipo de fantasía masculina o, para ser más justos, de fantasía de ese tipo de hombres que sueñan con muñecas hinchables siempre dispuestas. Y es que la pretendida libertad sexual que fue la simiente de la polémica sembrada por esta novela, es en realidad una libertad sexual con unos cuantos siglos de antigüedad. Lo que Heinlein crea con sus mujeres perfectas y complacientes es conocido en muchas culturas como harén.

Pero más allá de la mojigatería y la doble moral del lugar y la época en que se publicó, lo realmente molesto es que siga considerándose como revolucionaria una concepción del sexo absolutamente machista y profusamente especiada con buenas dosis de homofobia, que tiene la desfachatez de hacerse pasar por una orgía de amor y libertad humana. Como tantas veces... libertad sí, pero no para tod@s. Cuesta bastante no citar algunas frases que son para galardonar al autor, con su visión supuestamente radical por lo progresista, con la banda de "Al Más Intolerante", pero siendo fiel a los principios de este blog os encomiendo al libro para que juzguéis leyendo.  

En mi opinión Forastero en tierra extraña (así se llama la versión en castellano malgastando, si me preguntan, el peso de una buena aliteración), es una buena idea desaprovechada hasta el insulto.

Próximamente en este blog: The Wild Girls plus..., de Ursula K. LeGuin

Pasen y lean...