lunes, 11 de junio de 2012

Siddhartha

Un día en el que regalar libros es lo esperado es por definición un día estupendo. El día en el que las estadísticas nos dicen lo grandes lectores que somos, en el que la gente hace cola ante los escritores y en el que, sin necesidad de que sea festivo, salimos a la calle buscando un libro mientras un libro nos busca a nosotros. Si en algún rincón del mundo incluso se acompaña de leyendas, dragones y rosas rojas, en otros se conmemora la muerte de dos inmortales, ¿coincidencia? No importa demasiado, el 23 de abril es el día en el que leer es lo normal. Y en mi caso, además, la excusa que nunca necesito para dar y recibir libros.

Siddharta llamó este año a mi puerta. O mejor dicho, volvió a llamar. Como ya he dicho alguna vez, releer es el placer del lector empedernido. Las más de las veces los elegidos son los ocupantes del lugar predilecto de estanterías y memorias, pero a veces releemos casi por accidente. Hace ya algún tiempo que comencé a sospechar del tándem libro-accidente, y cuando un libro decide reaparecerse, yo le doy una oportunidad y lo visito de nuevo. La lección siempre es interesante, porque si en algunas ocasiones la relectura nos devuelve a quienes fuimos, en otras nos muestra cuánto hemos cambiado, tanto que el libro se ha convertido en otro.
Esto último es lo que le ha pasado a Siddhartha. Desde aquella primera lectura escolar obligatoria de mi adolescencia hasta ahora, me reconozco tan poco en algunas cosas que apenas he reconocido las páginas del libro. Y, a la vista del resultado, eso es algo francamente bueno.

Empezaré por decir lo más importante, importante obviedad quizá: Siddhartha no es una novela. Siddhartha es un viaje por las edades del hombre, una especie de manual espiritual disfrazado de novela. Más allá de la historia del joven hindú de casta brahmánica que lo protagoniza, antes o después uno acaba pensando: Siddhartha soy yo. Reseñarla desde el punto de vista literario no tiene, a mi modo de ver, demasiado sentido, porque Siddhartha no se lee, más bien se experimenta. Y diría que Hermann Hesse la escribió con ese propósito en mente. No es por casualidad que se aconseje su lectura en esas etapas en las que se supone que la búsqueda de quiénes somos es trascendental.

Sin embargo, el Hesse paciente de Jung que escribe Siddhartha acabado el horror de la Primera Guerra Mundial, pasados los cuarenta, tras la muerte de su padre, con su hijo enfermo y su mujer sufriendo de una grave enfermedad mental, me parece muy lejos del despertar adolescente de la autoconsciencia. Me parece embarcado en una búsqueda en la que son necesarias la experiencia del dolor, la naturaleza despiadada del tiempo.

Cuando yo leí Siddhartha por primera vez, iniciada aquélla, mi primera búsqueda, sabía demasiado como para entender, ahora, que apenas sé nada, siento que me he acercado al fin a su verdadero significado. No la recomedaría para el que busque simplemente entretenimiento porque Siddhartha es más bien un alto en el camino del visitante de esta tienda, para cuando necesite leerse a sí mismo, para cuando se atreva a hacerlo.

Próximamente en este blog: Catching Fire, de Suzanne Collins

Pasen y lean...

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